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Una vez tuve un grupo de amigos a los que amé con locura, poseían defectos y por eso los amaba.
Unos eran Superficiales, a los que un automóvil del año les hacía latir más el corazón que una lágrima de un ser querido, más que la pelea con un amigo. Creían que el apellido salvaba, no conocían que nadie está exento de nada, al parecer Onassis nunca tuvo pulmonía, George Harrison venció al cáncer o Rock Hudson le ganó la batalla al HIV, pues no; y tampoco lo hará el apellido de tu nuevo amigo de la universidad ni los millones de aquel que te invitó a dar una vuelta en su nuevo Mercedes.
Otros les llamaba Esponjas, siempre el reflejo de los demás, nunca tuvieron una personalidad propia, de esos que absorben todo y nunca de ellos salía nada, mintómanos por excelencia, solo así podían ser todo y nada a la misma vez.
También estaban los fieles Creyentes, de esos que teorizaban diciendo que por no arrodillarme frente a un altar o no adorar a un pastor, no soy digna de salvación. Divisores de la fe y multiplicadores de la hipocresía.
Y por qué no? estaban los Artistas, esos que plasmaban sus sentimientos en una hoja de papel, en la cuerda de una guitarra o en el óleo de una pintura, un poco solitarios, un poco hippies, un poco locos…
Algunos eran simplemente, Extraños, hablaban de coherencia y en dos meses amaban con locura, decían ser sensatos, pero solían tener complejos de inferioridad, un toque de cinismo y una pizca de irraciocinio.
Por otra parte, estaban los Maduros, perfectos consejeros y malos aprendices, practicantes de una filosofía barata, expresada sin fundamentos, pero fielmente defendida y creída por sus autores.
Amigos tan particulares aquellos míos, todos eran TODO dentro de sí, era extraños, artistas, creyentes, maduros, esponjosos y superficiales… pero eran mis amigos y los extraño, porque yo también fui todo eso, hasta aquel día que decidimos dividir cualidades, entregarnos a ser sólo una de ellas y olvidarnos que podíamos ser algo más que eso...
Unos eran Superficiales, a los que un automóvil del año les hacía latir más el corazón que una lágrima de un ser querido, más que la pelea con un amigo. Creían que el apellido salvaba, no conocían que nadie está exento de nada, al parecer Onassis nunca tuvo pulmonía, George Harrison venció al cáncer o Rock Hudson le ganó la batalla al HIV, pues no; y tampoco lo hará el apellido de tu nuevo amigo de la universidad ni los millones de aquel que te invitó a dar una vuelta en su nuevo Mercedes.
Otros les llamaba Esponjas, siempre el reflejo de los demás, nunca tuvieron una personalidad propia, de esos que absorben todo y nunca de ellos salía nada, mintómanos por excelencia, solo así podían ser todo y nada a la misma vez.
También estaban los fieles Creyentes, de esos que teorizaban diciendo que por no arrodillarme frente a un altar o no adorar a un pastor, no soy digna de salvación. Divisores de la fe y multiplicadores de la hipocresía.
Y por qué no? estaban los Artistas, esos que plasmaban sus sentimientos en una hoja de papel, en la cuerda de una guitarra o en el óleo de una pintura, un poco solitarios, un poco hippies, un poco locos…
Algunos eran simplemente, Extraños, hablaban de coherencia y en dos meses amaban con locura, decían ser sensatos, pero solían tener complejos de inferioridad, un toque de cinismo y una pizca de irraciocinio.
Por otra parte, estaban los Maduros, perfectos consejeros y malos aprendices, practicantes de una filosofía barata, expresada sin fundamentos, pero fielmente defendida y creída por sus autores.
Amigos tan particulares aquellos míos, todos eran TODO dentro de sí, era extraños, artistas, creyentes, maduros, esponjosos y superficiales… pero eran mis amigos y los extraño, porque yo también fui todo eso, hasta aquel día que decidimos dividir cualidades, entregarnos a ser sólo una de ellas y olvidarnos que podíamos ser algo más que eso...
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